martes, 5 de julio de 2011

Aparecía por la puerta del dormitorio y la cocina me inundaba con el sabor del café recién hecho, como único sonido el golpear de tus dedos en tu vieja máquina de escribir, esa que tantas veces intenté que jubilaras.
Puede que algún domingo el olor a churros y algún disco de jazz alterara la banda sonora de nuestras mañanas.
Yo bostezaba y me estiraba, mis dedos casi rozaban el techo, Vestida, por llamarlo de algún modo, con una de tus enormes camisas, metía la cabeza entre sus cuellos cuando aún olían a ti. Tú, tan silencioso como un gato callejero, me tapabas los ojos con tus manazas, yo soltaba algún gritito intentando zafarme, me dabas la vuelta  y me besabas y yo me dejaba hacer, mientras , al oído me susurrabas...
+Buenos días, princesa.

Y no te confundas, lo nuestro no era rutina, lo nuestro era pura magia.

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