sábado, 20 de diciembre de 2014

Siempre me ha gustado el optimismo, los títulos largos y las reflexiones absurdas.

Me he enamorado de demasiados libros, de muchas canciones, de frases en las paredes, de miradas perdidas, de sonrisas cálidas, de manos punteando una guitarra. 
Me he enamorado de más atardeceres que amaneceres, de más carcajadas que culos bonitos, de más palabras que imágenes, de más ruidos que sonidos, de más desastres que aciertos.
Me he enamorado pero no de ti, ni de él, ni de ella. Me he enamorado de todo el mundo un poquito,de algunas ciudades, de extraños olores, de momentos, de viajes, de rincones. 
Y el mundo me ha devuelto parte de ese amor, aunque parte del amor que das nunca vuelve. Y parte del amor que recibes nunca lo devuelves. 
Y eso es bonito, pensar que en todos hay parte de alguien más, que todos los sitios que visitas y todas las cosas de las que te enamores han inspirado ya amor en los demás. Esa película de la que te sabes los diálogos de memoria, esa canción que te ha hecho llorar mil veces, ese libro que robó una parte de ti, esa persona en la que siempre piensas cuando no hay nada en lo que pensar. 
Nos enamoramos tantas veces que todos se quejan de que hemos perdido el sentido de enamorarse. Pero de qué sirve pasar la vida esperando enamorarse de cosas perfectas, buscando el amor de tu vida, el padre/madre de tus hijos, tu canción favorita, el color perfecto si puedes empapelar tu corazón. Basta de sobrevalorar los verbos y de reprimir sentimientos. 
Enamórate mil veces, cambia de opinión, ríete de tus errores.
Lo mejor de esta vida es conocer tantas canciones buenas que no podrás elegir una favorita, amar a tantas personas que nunca te encontrarás solo, enamorarte de tantos lugares que no seas de ningún sitio, leer tantos libros que nunca te acordarás de la mitad, vivir tantas cosas que no necesitarás buscar ese amor perfecto y sobrevalorado para no sentirte vacío. 

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