La muerte nos paraliza. Y es que es paradójico, porque está tan presente en nuestro día a día que realmente se vuelve invisible. Muere tanta gente a nuestro alrededor que apenas dedicamos más de un segundo de nuestra consciencia a escuchar esa noticia que nos cuenta que ha habido otra masacre en cualquier sitio, o sobre ese chico que ha sentido que la vida le venía demasiado grande y otras miles de tragedias cada día. Porque la muerte es una tragedia, llega siempre de forma irracional y arbitraria y de pronto la vemos claramente. Un día ocurre alguna tragedia de forma cercana a ti y de repente ves la muerte, la ves realmente, sin filtros ni matices. Y eso nos paraliza, porque la irracionalidad provoca miedo e indefensión, y es que nos damos cuenta de que cualquier día a cualquier hora nos puede tocar a nosotros y ni siquiera reduciendo nuestra rutina diaria a cero peligros (lo cual es poco más que no vivir) podremos librarnos de ella.
La muerte también nos paraliza porque se lleva a nuestras personas queridas y no permite despedidas. Da igual que consigas decirle adiós, verdaderamente nadie está preparado para despedirse ante la muerte. Porque un minuto están aquí y al minuto siguiente debes hacerte a la idea de que nunca más volverán a estar. Y dime cómo coño te haces a la idea de eso.
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