Hay momentos en la vida en los que el futuro realmente acojona.
Pensar que una decisión que tomes ahora puede cambiar tu vida para siempre. Y cómo saber cual es la respuesta correcta si la vida viene sin soluciones.
Puedes elegir bien o elegir mal. O no elegir, lo cual es literalmente imposible puesto que eliges no elegir, lo que supone tomar una decisión. La vida se alimenta de paradojas.
La vida es aquello que pasa mientras decides qué hacer.
Un filósofo dijo una vez que el ser humano tan sólo está condenado a ser libre. Y es que si somos libres todo lo que ocurre en nuestras vidas depende de nosotros y de nuestros actos. Suponer eso sería asegurar que somos totalmente responsables de todo, y que todo eso del azar y el destino son mierdas que intentamos creer para redimir nuestra culpa y quitarnos ese peso de encima que supone cargar con tu propia vida. Con todos los actos que la componen.
Y es en ese momento cuando te das cuenta de el miedo que te da vivir.
Por si la cagas,
por si nada sale como lo planeaste,
por lo que te puedan decir,
por si sufres,
por si amas,
por si te rompen en mil pedazos
y luego no sabes recomponerte.
Es ese momento en el que te das cuenta de que sólo estás tú ante el peligro. Que desde que nacemos vamos por la vida sin chaleco salvavidas, dando tumbos sin rumbo. Que todo lo que hagas puede resultar ser la peor decisión de tu vida. Que puede ser la mejor. Y que, a veces, es la única decisión.
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