Por orgullo nos hacemos daño y hacemos daño a las personas que más queremos.
Por orgullo rompemos relaciones y amistades.
Por orgullo hacemos sufrir y nos hacen sufrir.
Trastornamos la realidad, nos obcecamos en nuestras ideas y no tenemos en cuenta la de los demás.
Cualquier tontería parece una gran ofensa y no es hasta que resulta demasiado tarde cuando reconocemos que hemos llegado muy lejos. Y que ahora, tal vez, no hay vuelta atrás.
Hay cosas que se perdonan pero no se olvidan.
Hay acciones difíciles de borrar o enmendar.
Hablo por mí misma y se que mi orgullo se ha llevado muchas cosas por delante. Alguna más importantes que otras. En el momento que los dos dan su brazo a torcer todo funciona, pero el problema es que si tratas a alguien con orgullo te lo suelen devolver. Y es que esta vida lo que siembras, recoges. Y al final por muy arrepentidos que estén ambas partes, es difícil volver al inicio y no se consigue así como así. No siempre es mejor pedir perdón que permiso.
Con los corazones y sentimientos de los demás, esa regla no funciona.
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